Horizonte Informativo, EE.UU., 26 de Enero del 2017.-La relación entre México y Estados Unidos se ha convertido en una montaña rusa durante los últimos tres días. A pesar de que desde hace más de un año Donald Trump había anunciado su intención de construir un muro entre los dos países en caso de ser elegido, y de que deportaría al mayor número posible de indocumentados, pocos lo tomaron en serio. En México, quienes menos le creyeron fueron el gabinete federal y el presidente: para ellos las amenazas eran sólo tuits y nada más.
Pues bien, hoy queda claro que la política exterior de Estados Unidos se maneja así, en 140 caracteres. Por más que presidente y canciller visiten el país vecino y busquen una solución como se hacía antes –a través del diálogo, vaya, de la diplomacia–, la realidad ya los rebasó. Trump, a pesar de sus 70 años, se mueve en el mundo digital. Presidencia, en cambio, sigue siendo análoga.
Por ello es el desplante diplomático que ocurrió hoy por la mañana: Trump, por más que Luis Videgaray dijera ayer que hubo “conversaciones alentadoras”, puso un ultimátum: sólo recibiría al presidente Peña Nieto en caso de que aceptara pagar el muro. Era una invitación que en realidad desinvitaba. Al presidente no le quedó de otra mas que tomarle la palabra.
Ahora, la pregunta en la boca de todos es ¿qué sucede? Algunos comienzan a hablar de ruptura de relaciones diplomáticas. El diferendo actual sugiere algo más grave. Las relaciones siguen en pie –aunque a través de un complicado laberinto, México no tiene embajador en Estados Unidos, la embajadora actual en nuestro país fue nombrada por Obama; Estados Unidos tampoco tiene secretario de Relaciones Exteriores, Rex Tillerson todavía no ha sido confirmado por el Senado– y los tratados también. La duda es por cuanto tiempo.
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Es casi una certeza que el Tratado de Libre Comercio (TLC) será abandonado. El gobierno estadunidense señaló que sólo renegociaría a su favor; de lo contrario lo abandonaría. En México, Videgaray y el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, comenzaron a flotar la idea de abandonarlo también. El mensaje es que había una red detrás: ambos países son miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que, como su nombre lo dice, tiene reglas para definir el comercio global. Aunque los términos no son tan beneficiosos para México como en el TLC, México puede acudir a esta organización para defenderse en caso de que Trump busque implementar reglas leoninas en términos de comercio.
También está la palanca de la seguridad. En términos formales es muy difícil negociarla, pero Peña ha dicho en repetidas ocasiones que México ha actuado como el muro de Estados Unidos para frenar la migración desde Centroamérica. Una ficha para negociar, en caso de que las cosas empeoren, sería deslizar la idea de que los controles migratorios de nuestro país se volvieran más laxos.
De igual manera, Estados Unidos tiene incontables agentes de la DEA (Drug Enforcement Administration, Administración de Control de Drogas, la agencia encargada de la lucha contra el narcotráfico) en nuestro territorio. También agentes de la CIA y otras dependencias. He ahí otro punto por dónde negociar: si algo ha dicho Trump sobre el narcotráfico es que las ciudades estadounidenses están infectadas por epidemias de drogadicción. México todavía tiene una buena posición en este tema. En el caso extremo de un verdadero conflicto entre países, por ahí podría iniciar la respuesta mexicana.
Claro que la seguridad es un tema extremo, pero México tiene pocas herramientas para enfrentarse a la administración de Trump. Para él somos, por decirlo coloquialmente, el puerquito. Somos el único país con el que puede mostrar fuerza sin recibir un golpe de igual proporción a cambio. Muestra de ello es la incertidumbre con la que se ha manejado el gobierno durante los últimos tres días: a cada tuit, a cada conferencia de prensa, no han sabido responder. Han seguido utilizando un lenguaje diplomático cuando del otro lado de la frontera la saliva no ha servido para formar palabras, sino para formar escupitajos.