Ignacio Acosta Montes
Coordinador de la Región Noroeste y Dirigente en Baja California
del Movimiento Antorchista Nacional
Cada vez que leo o escucho – y eso ha sido, lamentablemente, todos los días y ¡varias veces al día! – que el principal problema de México es la corrupción y que, en consecuencia, todos los demás males que padece la inmensa mayoría de los mexicanos se resolverán, como por arte de magia, combatiéndola, se me viene a la memoria una frase de un gran político latinoamericano que dijo, cierto que por otro motivo: “¡Qué ridiculez!… Y uno se pregunta: ¿Lo creerán? ¿Creerán todo lo que dicen? O, ¿tendrán necesidad de creer todo lo que dicen? ¿O no pueden vivir sin creer todo lo que dicen? ¿O dicen todo lo que no creen?”. Esa esquizofrenia, en la que caen irremediablemente todos los políticos representantes de los grupos y clases sociales en decadencia histórica, crece hasta lo absurdo por la urgencia de votos en las campañas. Dos de los tres aspirantes más serios a la presidencia de la república, han hecho de la condena a la corrupción el eje de su discurso: Ricardo Anaya del PAN, que promete meter a la cárcel a los corruptos, y Andrés Manuel López que les ofrece amnistía y perdón. Por su parte, José Antonio Meade también ha dicho que la combatirá -difícilmente podría decir otra cosa- aunque con menos fervor que los anteriores. El tema de estas líneas, cierto, no es la corrupción, sino la desigualdad, por lo que me limito a repetir lo dicho al respecto, de manera insuperable, por el ingeniero Aquiles Córdova Morán, el luchador social más exitoso y el más consecuente y leal con el pueblo de México: “…la corrupción no es una causa, y menos la causa de los males sociales, sino una consecuencia, inevitable además, del surgimiento de la propiedad privada y del deseo perpetuamente creciente de acrecentar la riqueza personal de los poderosos, nacido del egoísmo individual y familiar y de la necesidad de diferenciarse y sobresalir del resto de la sociedad para mejor dominarla, controlarla y mantenerla en paz y trabajando para el bien de los privilegiados. De aquí se deduce, entonces, que la corrupción es tan antigua como la propiedad privada y la riqueza privada concomitante, y que ha existido, existe y existirá en todas las sociedades del planeta mientras exista esta forma de propiedad y de distribución de la riqueza social, aunque en las más desarrolladas adquiera formas más sutiles y mejor camufladas que en la nuestra, lo que hace creer a muchos que allí no existe este cáncer. Recordemos simplemente la escandalosa corrupción de los grandes bancos norteamericanos, cuyas maniobras fraudulentas desencadenaron la crisis del 2008 de la que el mundo entero no acaba de salir. No hay para dónde hacerse: los de arriba son corruptos por ambición; los de abajo lo son por necesidad. Y por eso, el único remedio eficaz es un reparto más equitativo de la riqueza social, que haga a los pobres menos pobres, a los ricos un poco menos ricos, y a ambos menos proclives a corromperse.”
La gran ausente en las campañas ha sido precisamente la desigualdad. A los partidos registrados, en lo individual o en coalición, no les ha merecido mayor atención, como tampoco a la casi totalidad de los aspirantes a los más de 18 mil puestos públicos en disputa. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que fuera de algunas decenas de candidatos nacidos del Movimiento Antorchista Nacional, ninguno se ha pronunciado seriamente sobre este flagelo. Ese desinterés fue calificado por la OXFAM, la ya conocida confederación internacional que trabaja en más de 90 países, de “inaceptable” pues “los enormes problemas de la pobreza, marginación y desigualdad requieren propuestas inteligentes, viables y con probabilidades de éxito”. La condena hecha por la OXFAM fue reiterada por el Colegio de México (Colmex): “ninguno de los cuatro candidatos a la Presidencia tiene una propuesta sólida para acabar con las desigualdades económicas, laborales, de género y territoriales. No hay propuestas concretas en sus plataformas… Nos quedan a deber en términos de desigualdad” (nota de El Economista del pasado 5 de junio). Lo anterior lo declararon investigadores del Comex al presentar un estudio realizado por once científicos titulado Desigualdades en México 2018, señalando que la más importante de sus conclusiones
fue que “EL PRINCIPAL PROBLEMA DE MÉXICO ES LA DESIGUALDAD”, agregando a renglón seguido, para que no quede duda, que “EL SEGUNDO MAYOR PROBLEMA DEL PAÍS ES LA DESIGUALDAD”. Para clarificar más su punto de vista, los investigadores del Colmex sentenciaron: “La corrupción no genera desigualdad, sino al revés: la desigualdad genera corrupción”. Lamentaron, además, la pobreza intelectual con la que los partidos han abordado el problema de la desigualdad”, así como “la flojera intelectual de los políticos y la insensibilidad de los poderes económicos” ante el problema más grave de México. ¿Así o más claro?
Nadie en México se ha propuesto combatir éste que para cualquier mente sana, reflexiva, informada y seria es “el principal problema”, como lo ha venido haciendo desde hace 44 años el Movimiento Antorchista Nacional, nadie como el maestro Aquiles Córdova Morán ha dedicado tantas horas al estudio del problema, a cavilar sobre las soluciones al mismo y a la explicación de su gravedad ante amplios auditorios, fundamentalmente de trabajadores, estudiantes y profesionistas. Esa es el principal objetivo de la organización antorchista, para eso viene explicando pacientemente y sumando a miles y miles de mexicanos para, con esa claridad y fuerza poder construir y poner en práctica un nuevo modelo político y económico. En este sentido coincidimos con lo dicho por el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz: “la creciente desigualdad arruina la economía, perjudica la democracia y divide a la sociedad con consecuencias profundas… esto no es inevitable, pero para ello hay que cambiar las políticas económicas. Sólo Antorcha trabaja y lucha para conseguirlo en nuestra Patria.